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UN CUENTO HECHO DE CUENTOS
"El secreto de los hermanos Grimm" promete ser una aventura fascinante al mundo de los cuentos, visualmente innovadora y con los elementos necesarios para pasar un buen rato, sin embargo, el film no alcanza sus propuestas y se queda en un vulgar cuento de cuentos con un guión plomizo y limitadas sorpresas visuales.
Es una decepción que esta película del genial Terry Gilliam no esté a la altura de lo que se espera de él.
La premisa argumental es muy sugerente e inteligente, ya que fabula sobre la verdadera vida de los legendarios escritores de cuentos, Will y Jake Grimm, y los sumerge en una aventura en la que se inician como simples estafadores, una especie de "cazafantasmas" que se aprovechan de la fe y credulidad de los aldeanos, y que terminan como héroes cuando deben enfrentarse a una bruja con poderes reales.
Sin duda, podría haberse trabajado más el guión que después de la presentación de los personajes y unos primeros minutos excelentes, pronto acaba convirtiéndose en una tonta sucesión de situaciones que Gilliam salda con mejor o menor pericia, entremezclando fragmentos de los cuentos más famosos de los Grimm a lo largo del relato, algunos metidos con calzador como la secuencia de "La cenicienta".
Es una pena porque la película parecía hecha a medida de su director, ese maestro de la imaginación capaz de asombrarnos y fascinarnos con películas como "Brazil", "El rey pescador" o "12 monos" y que aquí se limita a envolver el producto con un bonito papel de regalo olvidando que el contenido es aún más importante.
También resulta extraña la excesiva dependencia narrativa y visual de este film con "Sleepy Hollow" de Tim Burton, y es que a veces parece que Gilliam esté jugando a ser Burton, cuando tiene una personalidad creativa suficientemente arrolladora como para no imitar a nadie. Puede que esto último sólo fuese una apreciación mía, pero si tenemos en cuenta que incluso el protagonista tenía que ser Johnny Depp....
El reparto está ajustado en sus papeles, destacando Heath Ledger (convincente), Peter Stormare (histriónico) y, como no, la bellísima Mónica Bellucci, cuya corta secuencia en el film supone un nuevo lastre para el mismo, limitando y desaprovechando su enigmática presencia y es que uno de los mejores momentos del film es la imagen de la bruja reflejada en un cristal partido en mil pedazos.